jueves, 1 de diciembre de 2016
martes, 29 de noviembre de 2016
NO SOY UN VIOLADOR, SOY UN HOMBRE NORMAL (Artículo de Yolanda Domínguez)
Esta es la historia de un niño normal, que nació en una familia normal, en un barrio normal.
Un día, a ese niño su padre le llamó campeón por echarse muchas novias en el cole. Ese mismo año los Reyes Magos le trajeron una metralleta y una espada láser con las que aprendió a pegar tiros y a cortar cabezas como los héroes de las pelis. Tenía un entrenador que le decía que jamás llorase ni titubease y que se comportara como un verdadero hombre. Su mochila tenía un dibujo de Supermán y el estuche era de Spiderman. Recuerda que mientras veía la tele aparecían chicas en bragas anunciando cosas.
Años más tarde, en el instituto, un amigo le envió un vídeo de una chica desnudándose. Sabía quién era porque la había visto en el recreo pero no dijo nada a nadie. Los viernes quedaban para hacer botellón y hacían competiciones para ver quién bebía más alcohol. En el mismo descampado había una valla publicitaria con una mujer en ropa interior junto a la frase "Estoy disponible". El cine de verano ponían películas sobre polis corruptos que insultaban a las chicas y 300 hombres buenos que mataban a otros 300 hombres malos porque no pensaban lo mismo. Ese año aprendió lo que significaba "tirarse" a una tía y que los amigos te dieran palmadas en la espalda si te "tirabas" a muchas. Por primera vez buscó porno en internet y descubrió que maltratar a las mujeres estaba asociado con el placer. En su primera relación sexual tiró a su compañera del pelo mientras lo hacían, cree que a ella le gustó.
Tiempo después, ese chico se hizo miembro de un foro online donde etiquetaban a las famosas con la palabra "melafo". Ya no jugaba al fútbol pero compraba el periódico deportivo en el que aparecían un montón de hombres fuertes que ganaban premios y una sola mujer al final, desnuda. En las revistas solía fijarse en las fotos de las modelos con las piernas abiertas y aspecto de drogadas. Un día, acostumbrado a ver tantas escenas de mujeres humilladas, buscó en internet vídeos sexuales aún más violentos. No entendía por qué al intentar hacer el misionero con su novia no se le levantaba.
A los 30 años mientras leía las noticias del periódico echaba un vistazo a los anuncios de prostitución que aparecían en la hoja de al lado: "Mujeres disponibles 24 horas" "Follamos en la primera cita" "Las mejores putas". Recuerda haber visto que en algunas discotecas ofrecían mamadas gratis por una consumición. Se abrió un grupo de Whatsapp con los colegas para intercambiar fotos y hacer planes. Allí hablaban de armas, drogas, de robar y de violar. Nada raro, lo normal. A veces hacían salidas en grupo y subían a alguna tía al coche, la drogaban y la obligaban a hacerles una felación. Si ella se negaba la golpeaban y después la dejaban tirada.
Un verano, ese hombre fue a unas fiestas y se "tiró" a una tía en un portal. Sus amigos también "se la tiraron" y grabaron un vídeo mientras se la intercambiaban y hacían comentarios. Parecía que ella disfrutaba porque gemía y eso era buena señal. Luego se fueron a seguir la fiesta mientras ella se vestía sola en aquel portal. En este momento sintió que era muy hombre y decidió enviar el vídeo a sus amigos: "Puta pasada de viaje" "¡Qué envidia!" "Eso sí que es un viaje de verdad".
Días después a este hombre le detienen y le acusan de violación. Le meten en la cárcel y le hacen muchas preguntas delante de un juez. Los periódicos escriben muchos artículos, la gente se escandaliza, se organizan manifestaciones. El hombre no entiende nada y asegura que él no es un violador sino una persona normal. Se revuelve en la silla, llora y titubea. Sólo se lo estaba pasando bien. Asegura que es una injusticia y que él es una víctima. No entiende qué hace allí ni cómo ha podido llegado a ese lugar.
Mientras tanto fuera de la cárcel, todo transcurre con normalidad. Las mujeres siguen siendo ofertadas en periódicos, vallas publicitarias, bares y discotecas. Los adolescentes siguen accediendo a contenidos sexuales violentos. Los referentes masculinos siguen siendo agresivos y dominantes. Es decir... lo normal.
viernes, 25 de noviembre de 2016
EXCESO (Artículo de Rosa Olivares)
Vivimos tiempos de abundancia virtual. Tenemos más amigos que nunca, en Facebook. A algunos ni siquiera les conocemos, pero eso no importa, seguro que de conocerlos seriamos mucho más amigos. Sabemos lo que opina cualquier experto desde el último confín del mundo sobre cosas de las que nunca hemos oído hablar. Las encuestas, las opiniones de expertos (por cierto, de miles de expertos) nos iluminan sobre las decisiones políticas, económicas, culturales… Realmente ya casi no tenemos ni que pensar, con encender el celular y ver lo que opina el mundo a nuestro alrededor solo tendremos que elegir una opción, la que nos guste más, la que tenga los gifs más simpáticos y oportunos. En un mundo donde cada vez hay más miseria y más ricos, vivimos sumidos en un jarabe denso que nos ahoga diciendo que “vamos sobraos”. Y en arte la abundancia es tal que hasta nos sobra el póster de El Guernica que tuvieron nuestros padres colgado en sus habitaciones de estudiantes.
Si te gustan los macro conciertos podrías pasarte el año saltando de uno a otro sin apenas descanso. Pero si te gustan las ferias será imposible que puedas asistir ni a la cuarta parte de ellas. Los últimos datos nos dicen que, al menos, hay dos ferias en cualquier parte del mundo. Supongo que eso es sin contar con España, donde hay más ferias de arte que cualquier otra actividad. ¿No sabes qué hacer este invierno? Móntate una feria. Puedes hacerlo hasta en el salón de tu casa, no irá mucha gente y tal vez no se venda nada, pero vas a quedar como un rey (o como una reina). En España hay ferias en Madrid, Barcelona, Santander, Cáceres, Castellón, y las ha habido en Sevilla, Valencia… y seguro que en más sitios. Se hacen en espacios públicos y privados, en hoteles y al aire libre; con horarios imposibles y con horarios increíbles. Público siempre hay, como en los mercados medievales (que también proliferan), aunque sólo sea por curiosidad, pero ventas… eso ya es otra cosa. Porque en un mercado medieval aunque sea un queso te compras, pero en una feria… Es una prueba de esa superabundancia ridícula en la que vivimos. En España las galerías agonizan, no se vende nada, los artistas ya no saben cómo sobrevivir (posiblemente como siempre: de cualquier otra cosa), pero ferias tenemos de todos los gustos, de foto, de vídeo, de dibujo, para jóvenes y para adultos, para todos los públicos. Por intentarlo que no quede.
También hay cada día más centros culturales, espacios alternativos y, por supuesto, museos, galerías de arte y premios, y presentaciones… podríamos decir que vivimos en una edad de oro… aunque si nos atenemos a los balances comerciales, es más bien una edad de papel maché. El dinero sólo se mueve en unos círculos pequeños y endogámicos. Es muy difícil que los artistas rompan esa frontera casi invisible de un pequeño círculo donde están los que sí son visibles, los que realmente exponen en sitios reales e importantes y, además, venden. Y aunque las galerías de medio mundo se hayan convertido en gitanos ambulantes con sus mercancías alrededor del mundo, de feria en feria, eso no les garantiza ni subir un peldaño más en esa escala social galerística en la que todos sabemos que sólo mueven el mercado unos pocos, pero unos pocos. El resto le vende a los amigos, a alguna institución, a algún pez más gordo que le ampara… Pero eso no es razón para que nadie pierda la ilusión, estos últimos días al menos tres nuevas galerías han abierto en España, un país con un IVA cultural del 21%, en el que a los compradores (esos poquísimos que quieren factura, además) habría que concederles la Medalla al mérito de las Bellas Artes. Y en Londres, ha abierto una nueva opción que puede ser ya la bomba: The Roommates, un espacio que ofrece una habitación en un piso compartido donde puedes visitar exposiciones de artistas emergentes. En España, y supongo que en muchos otros sitios, ya ha habido iniciativas parecidas, desde la feria de arte en tu salón hasta los talleres y estudios como espacios expositivos… pero en una casa compartida dejar una habitación para exposiciones me parece realmente lo más.
Con toda esta superabundancia no conseguimos nada más que engañarnos ante la crisis casi terminal que tenemos encima. Tenemos oferta pero no tenemos demanda. Todas estas ferias, espacios expositores, estos miles de artistas que cada año salen de las escuelas de Bella Artes del mundo… nadie les está esperando, su círculo de actividades será cada vez más limitado, más familiar, más virtual. Habrá que pedirle a Facebook que además del “Like”, añada un “Buy”, y que además de amigos podamos declararnos compradores, eso sí, virtuales, sin gastar ni un euro, porque, siento tener que decirlo así, de una forma tan cruda: todos esos miles de amigos que tenemos en Facebook, realmente, en el fondo de su corazón, no nos quieren.
LA FOTOGRAFÍA HA MUERTO, VIVA LA POSTFOTOGRAFÍA (Artículo de Jorge Carrión)
Al menos 49 personas han muerto en los últimos dos años por culpa de una selfie excesivamente arriesgada. Cada semana, esa palabra es mencionada en 365.000 publicaciones de Facebook y en 150.000 tuits. Y en Instagram hay unos cincuenta millones de fotos etiquetadas como selfies. Los datos están en la web de estadística Priceonomics y parecen quedarse cortos si se tiene en cuenta que el 30 por ciento de las imágenes que capturan los jóvenes de entre 18 y 24 años son autorretratos. Una de cada tres instantáneas tiene como objetivo tu propio yo.
La fotografía ha dejado de ser generosidad, apertura al otro, seducción, tú, vosotros; se está volviendo sobre todo autorretrato, egoísmo, autoafirmación, yo-yo-yo.
Nos acribillamos a nosotros mismos mediante ráfagas de selfies con menos voluntad de registro que de mostrarnos ante nuestros amigos, familiares, posibles ligues o seguidores. La selfie es parte de lo que el fotógrafo, artista, escritor y profesor español Joan Fontcuberta, en su último ensayo, La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía(Galaxia Gutenberg), llama con brillantez “fotografía conversacional”. Junto con los emoticonos, las fotos que mandamos a través de mensajes de (no) texto o del WhatsApp, o las que compartimos en las redes sociales, se han vuelto lenguaje, aquellas mil palabras que según el dicho caben en una imagen elocuente.
La genealogía de la selfie nos remonta a principios del siglo XX: Edvard Munch, mientras se recupera de una depresión en una clínica de Copenhague en 1908, se toma una foto a sí mismo, tal vez para demostrarse que está mejor; seis años después, la duquesa Anastasia Rikolaevna, que entonces tenía trece años, se hace un autorretrato para enviárselo a un amigo; en 1920, los fotógrafos de la Byron Company de Nueva York se hacen la primera selfie de grupo. Se trata de un proceso de paulatino alejamiento, que conduce al selfie-stick. Es también un proceso de progresivo solipsismo.
Pensemos en términos de turismo: antes de que los teléfonos móviles permitieran el autorretrato en primer plano y que el palo asegurara la panorámica contigo dentro, lo normal era pedirle a alguien que te hiciera una foto. Existía la posibilidad de la interacción, de la conversación. Ahora con Google Maps y el GPS ni siquiera necesitas preguntar cómo llegar al lugar que estás buscando. Usted está aquí, te recuerdan los sensores y los satélites: es imposible perderse. ontinue reading the main story
“No asistimos al nacimiento de una técnica, sino a la transmutación de unos valores”, escribe Fontcuberta en La furia de las imágenes: “No presenciamos por tanto la invención de un procedimiento sino la desinvención de una cultura: el desmantelamiento de la visualidad que la fotografía ha implantado de forma hegemónica durante un siglo y medio”.
Por eso ya no podemos hablar de fotografía. Porque la fotografía digital no es lo mismo que la fotografía analógica: ni técnicamente (como mecánica de la luz, como proceso de revelado, como impresión) ni conceptualmente (como materia, como espera, como ejercicio y depósito de memoria). La fotografía ha muerto, viva la posfotografía. Porque, a diferencia del e-book, que al parecer convivirá durante mucho tiempo con el libro en papel, las imágenes digitales han desterrado rápidamente la fotografía material al gueto de lo minoritario.
En su libro anterior, La cámara de Pandora (Gustavo Gili, 2011), Fontcuberta ya había dicho que “las fotografías analógicas tienden a significar fenómenos” mientras que “las digitales, conceptos”. Y que ya no hablamos de “revelar” las imágenes, sino de “abrirlas”. Que la fotografía ya no es sinónimo de memoria, sino de grito, de reafirmación, de tiempo real, de presente. Lejos de llevarse las manos a la cabeza y lamentarse, pero sin ceder irreflexivamente a los cantos de sirenas de la integración, el artista ha trabajado durante años las posibilidades artísticas y narrativas del píxel. Inventor del “Googlegrama“, que construye un mosaico de grandes imágenes a partir de diminutas teselas de fotos encontradas a través de Google Images, está constantemente investigando en esas pantallas que nos rodean, nos asfixian y al mismo tiempo nos fascinan. Porque son una mina para la creatividad y para el discurso crítico.
Fontcuberta es lo más parecido a un genio multitarea que uno puede imaginar: es uno de los mejores fotógrafos del mundo —como lo atestigua su premio Hasselblad, el nobel de la fotografía—, un artista conceptual y artesanal de altísimo nivel —que ha expuesto en algunos de los museos más importantes del mundo— y un ensayista imaginativo y galardonado. Su poética artística queda recogida en el interior de La furia de las imágenes en forma de “Decálogo postfotográfico”, una defensa del nuevo paradigma de la producción de contenidos, artísticos o no, en el siglo XXI. Un contexto nuevo donde prima la apropiación y el reciclaje, la circulación de las imágenes sobre su contenido, la autoría colectiva y compleja sobre la individual y aislada.
El primer punto es luminoso: “Sobre el papel del artista: ya no se trata de producir ‘obras’ sino de prescribir sentidos”. Y el último también lo es: “Sobre la política del arte: no rendirse ni al glamour ni al mercado para inscribirse en la acción de agitar conciencias”.
Por ello el creador se hibrida con el curador, el coleccionista, el investigador, el profesor, el teórico, el activista: el prescriptor que ensaya. Que prueba, que innova, que se equivoca, que al fin acierta, aunque sea solamente en el cerebro de algunos espectadores, de algunos lectores. Si es que no somos ya la misma cosa.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
LA MUERTE DE LA FOTOGRAFÍA (Artículo de Rafael Roa)
Según Sebastiao Salgado la fotografía desaparecerá en unos 20 o 30 años. La fotografía ya ha cambiado debido a la llegada de la era digital. Quizás para mi no sea ese el debate más importante. La fotografía se ha ido modificando siempre desde su nacimiento a la par que surgían nuevos procesos. Cada cambio tecnológico en el siglo XIX iba acompañado de cambios estéticos y narrativos de la herramienta. Ha habido características que se han mantenido desde entonces, y quizás la más importante sea la de la puesta en escena que se mantiene en la actualidad. La mayor parte de la fotografía producida desde su nacimiento ha tenido una puesta en escena en mayor o menor grado. También nos hemos liberado de esa creencia de que la fotografía reflejaba la realidad y aceptamos que sólo sea una huella o imitación de aquello que “sucedió” en un determinado instante. Lo que ha cambiado desde la aparición de la era digital es el uso de la misma. Ahora nos comunicamos con imágenes que capturamos y compartimos desde cualquier dispositivo, en su mayor parte teléfonos móviles. Existe un afán irracional y obsesivo por capturarlo todo y compartirlo en las redes sociales. Hoy mientras visitaba la exposición de Robert Doisneau vi a varias personas fotografiar compulsivamente las fotografías de la exposición, en vez de analizar las imágenes y disfrutar de ellas. Muchas personas no viven la vida, sólo se limitan a capturar imágenes de todo lo que hacen, y compartirlo de forma inmediata en las redes sociales. Existe una necesidad obsesiva de mostrar cualquier acontecimiento cotidiano, exhibirse para ser observado por esa multitud de espectadores ávidos de recibir la aprobación de la comunidad virtual. Mostrar nuestra vida en imágenes es una obsesión para una mayoría de usuarios de teléfonos móviles y redes sociales.
Hace años escribí sobre este tema, y apuntaba que el mundo se dividiría en una gran mayoría de captadores de imágenes y una minoría de fotógrafos o artistas. Estos últimos usarían la herramienta desde la reflexión y la creación, a tráves de ideas o conceptos, que serian materializadas posteriormente en cualquier soporte fotográfico. Podemos volver a ese debate de la estética de la fotografía de la fotografía arte o sin-arte. Sería más acertado diferenciar entre la fotografía como forma de representación de las ideas y las capturas automatizadas que se producen cada día. Sin embargo muy pocas personas se cuestionan por el significado de las imágenes que consumimos, ya sea en el ámbito de la información o del arte.
¿Acaso las imágenes de las tragedias o las injusticias tienen algún efecto en la población que no dure más de 24 horas?
Todo se asimila y olvida. Nada produce la más mínima reflexión o autocrítica. La memoria de pez funciona a la perfección. Se ha escrito mucho sobre esto y de formas muy acertadas por filósofos que ya he citado en otras ocasiones. Quizás nos encontremos en una sociedad cada vez más alienante y fácil de manipular que sólo se mueve por la conservación del hábitat de confort de forma individual. Por lo tanto todas las manifestaciones colectivas reflejan y tienden a aceptar cualquier cosa. El pensamiento crítico es cada vez más reducido y esto afecta a las formas artísticas de producción que están controladas por el mercado del arte. La fotografía existirá siempre que fotógrafos o artistas estén dispuestos a producir imágenes que materialicen ideas, sentimientos o sensaciones personales. La producción de los captadores de imágenes ya es un equivalente de la comida rápida. Nadie se acuerda del sabor de este tipo de comida, y de la misma forma nadie recuerda las últimas diez imágenes que ha visto en una red social dos minutos antes. La reflexión y el trabajo dirigido a la consecución de los conceptos a materializar en imágenes será la base de la fotografía que nos volverá a producir ese Punctum del que hablaba Roland Barthes. La fotografía-arte se imprimirá recuperando ese objeto plano que muestra una imagen, y volveremos a disfrutar de los nuevos matices de impresión y de procesos clásicos que usaran aquellos artistas interesados en una mejor representación de sus obras.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
CRISTINA DE MIDDEL: “EL FOTÓGRAFO Y EL ARTISTA TIENEN QUE DAR SU OPINIÓN, QUE NO ES LA VERDAD” (Artículo de Rubén H. Bermúdez)
Cristina De Middel (Alicante, 1975) se autodefine como
fotógrafa, se cansó de ser fotoperiodista y empezó a contar otro tipo de
historias con otro tipo de lenguaje. También dice que tuvo suerte, que le
pasaron el micro y que aún no lo ha soltado. Al comenzar la entrevista me avisa
de que tiene tendencia a generalizar y que va a tratar de usar “en mi opinión”
o “en muchos casos” al principio de casa frase.
¿Cómo es ese recorrido del fotoperiodismo a lo que haces
ahora?
Es un camino que viene de decepciones. Estudié Bellas Artes,
y creo que, en muchos casos, los artistas son comunicadores malísimos porque
nadie entiende lo que dicen. Yo creo que el artista es un supercomunicador, así
que me distancié del lenguaje artístico y quise retomar una conexión con el
mundo en el que vivo y, sobre todo, tratar de entenderlo.
El fotoperiodismo me parecía una manera de conocer el mundo
y de dar mi opinión sobre él. Estuve diez años en prensa diaria, a la que le
debo saber hacer fotos, porque allí es donde aprendí. Me di cuenta de que no
era el sitio para dar mi opinión porque nadie me la pedía, y si conseguía darla
sabía que tampoco iba a cambiar nada. Entendí que el potencial que yo veía en
la fotografía no iba a poder explotarlo en los medios de comunicación. Así que
me concedí un año sabático para intentar contar historias que a mí me
interesaban y de la manera que a mí me gustaría encontrármelas en los
periódicos.
Comencé con ‘Afronautas’, que funcionó muy bien y tuve la
suerte de que me lanzó. Fue un éxito y eso me ha permitido seguir pensando. Al
fin y al cabo, lo que hago es mirar los medios de comunicación, ver cómo nos
explican el mundo, y donde creo que falta información o que está muy mal
explicada, allá que voy. No es que ahora me interese África, luego el Amazonas,
mañana India, etc. No es una cosa geográfica, etnográfica, antropológica, no.
Mi prioridad dentro de la expresión artística es que se me
entienda.
Dices que los artistas son supercomunicadores y no me pueden
dejar de venir a la mente algunos fotolibros complicados…
A mí me gusta traerme todo al campo donde todo el mundo lo
entienda como, por ejemplo, el habla. Hay gente que se expresa con la clara
intención de convencer, hay gente que se expresa con la clara intención de
hablar de sí mismo, hay gente que se expresa con clara intención de lo que sea.
Yo creo que lo que vayamos a decir lo vamos a decir igual con palabras, con
fotos, con una canción, o con el lenguaje que elijamos. Por mí que cada uno
haga lo que quiera. Yo no entiendo tu libro, tú no has querido que yo lo
entienda, pues es cosa tuya. Yo no te
puedo decir si es bueno o malo, pero a mí me encanta la sensación de entender
algo, por ejemplo con una película. Es una sensación muy buena y creo que el
arte también puede darla. Tampoco que te pongan ‘Dos tontos muy tontos’, ni
‘Mullholand Drive’, yo creo que hay un punto medio entre las dos. Mi prioridad
dentro de la expresión artística es que se me entienda.
Entonces a la hora de producir un libro tú piensas en el
espectador.
Por supuesto, cuando estábamos en el colegio todos los años
nos repetían lo mismo sobre la estructura de la comunicación, que si emisor,
receptor, código, medio, y todo aquello.
¿Estás comunicando y te olvidas del espectador? Pues no sé, llámalo
solilóquio y te olvidas de la comunicación. A mí me parece que no cuadra mucho
con el soporte del libro, que se supone que es una plataforma para la
distribución masiva de contenido cultural.
Háblanos del fotolibro, ¿por qué lo utilizas en tus
proyectos?
Hay algo de fetichismo. Siempre he coleccionado libros, es
un objeto que me apasiona y no sólo por lo que hay dentro. Me gusta el peso, el
tamaño, es que me parece una cosa muy chula, que aunque no fuese un libro y
sirviese para recoger ciruelas también tendría muchísimos. Me encantan. Como
objeto me parece muy bueno. Y además, la relación de la audiencia con él abre
muchas posibilidades. Le dejas al lector muchísimo en su mano. Él decide cuándo
lo abre, con qué música, en qué momento del día, cuánto tiempo… Es decir no lo
estás marcando tanto, como puede ocurrir en un museo, galería o proyección, que
son una experiencia cerrada a unos minutos, un espacio, una luz y un ambiente.
Creo que con el fotolibro impones mucho menos la experiencia artística al
espectador y esto me parece superinteresante.
Vienes a PHotoEspaña, a Madrid, con dos exposiciones. ¿Qué
proceso tienes para colgar tus fotolibros en la pared?
Pues al principio era muy complicado porque no tenía ninguna
experiencia, ha sido un proceso de aprender con flipe y error. Creo que soy una
persona bastante flipada, del flipe hago un motor de vida y no me importa
equivocarme y aceptar el error, voy aprendiendo y poco a poco voy estando más
contenta con lo que sale. Con el tiempo ganas en seguridad, vas conociendo el
espacio. Me sigue gustando más el libro pero entiendo que una cosa no va en
contra de la otra. Hay que traducir, eso sí. No puedes coger la estructura de
un libro y repetirla en la pared, son cosas totalmente distintas. Tienes que
volver de nuevo a qué es lo que quieres decir y cómo lo quieres decir,
reordenando y adaptándote a la nueva situación: ahora tengo una pared y no cien
páginas. Hay un proceso que tienes que empezar casi desde el principio.
¿Qué traes a PHotoEspaña? ¿Qué es eso de ‘Muchismo’?
Después de ‘Afronautas’ no he parado de producir en una
especie de huida hacia adelante. Este año sí he parado y me he preguntado qué
tengo, qué ha pasado, por qué tengo tanto. Muchismo es quizá compartir con todo
el mundo esta reflexión. En este caso me contactaron de La Fábrica para hacer
una exposición con un nuevo proyecto. Hasta ahora todos mis proyectos, en
cierto modo, son una reflexión sobre la prensa, los medios de comunicación,
familias fotográficas, el rol que tiene la fotografía en el mundo, esos tótems
sagrados. Ahora tengo algo que decir sobre el mundo del arte, no sobre el arte
en general, pero sí del mundo de la fotografía, del coleccionismo fotográfico y
de esa abundancia de imágenes que hay.
Vender copias en galerías, que es lo que yo hago y con lo
que gano el 90% de mi sueldo, se basa en que hay un número limitado de copias
de cada imagen. Y me encontré con que tenía unas 400 copias de imágenes que no
existen o que, en teoría, no deberían de existir; copias de exposición, de
festivales. Así que quería sacar todas y ver cómo se traduce en objeto tanta
hiperactividad. Se llama ‘Muchismo’, que es un movimiento artístico que me he
inventado yo basado en el mucho y en sacar un inventario visual de todo. Al
mismo tiempo, saco una serie que hice que pensaba que en galería iba a
funcionar muy bien y que nunca se expuso, y así se compensa un poco. Un diálogo
entre las imágenes que he ido generando y una serie que es lo más comercial que
he hecho nunca.
Una especie de Grandes éxitos….
Sí, pero en el que incluyes todas las pruebas, las
grabaciones, los conciertos, todo…
Y también tienes ‘Antípodes’ en La Fábrica.
Con ‘Afronautas’ tuve la sorpresa de que la gente quisiera
tener eso en su casa, y con la serie de los fantasmas nigerianos entendí que no
había tanta gente queriendo poner africanos que dan miedo en su casa. El libro
funcionó muy bien, pero en galería no tanto. Así que pensé en hacer una serie
que funcionase porque, al fin y al cabo, necesito el dinero para seguir
haciendo cosas que funcionen mal.
Así que en 2013 me invitan a Nueva Zelanda a dar una
conferencia y decido quedarme más tiempo para hacer algo y dar mi opinión sobre
otro género: la fotografía de paisaje. A mí siempre me ha dado un poco de rabia
que por muy bueno que sea el fotógrafo, siempre va a ser mejor la experiencia
de ver el paisaje que cualquier foto que podamos hacer. Así que, con esa idea
de dar la vuelta a la fotografía de paisaje y la idea de que Nueva Zelanda son
las antípodas, me fui con un espejo para darle la vuelta a todo y empezar a
jugar para que en la toma aparecieran más cosas, crear ese mundo al revés
tratando de que la gente pase más tiempo intentando descifrar la foto de
paisaje. Normalmente dices “mira qué bonitos los Picos de Europa”, “mira qué
bonito el Gran Cañón”. Yo creo que desde el punto de vista del fotógrafo es un
poco hipócrita decir esta foto es la leche. No, haces click y ya está. Lo que
es la leche es el paisaje.
¿Cómo se lleva eso de ser famosa, que tu opinión sea
pública?
Yo tampoco tengo conciencia de eso, es esa estrategia de la
huida hacia adelante que te decía antes. A veces la gente se acerca en un
festival con miedo a decirme algo y flipo. Yo creo que soy una persona bastante
accesible, aunque igual he ido alguna vez de diva cuando me han tocado las
narices.
Nunca me he cohibido o he dicho esto no lo puedo decir, y la
verdad es que tampoco he tenido ningún problema. Yo me dedico a decir lo que
pienso en público, a veces gustará a alguien, a veces no. He estado expuesta a
debates desde el primer proyecto que hice que era descaradamente provocador:
‘Afronautas’.
‘Afronautas’…
Esto es que hice una apuesta y me salió bien. Empecé a dialogar conmigo y a empezar a conocerme.
Yo quería salvar el mundo, ir a campos de refugiados, al Congo, ya sabes. De
repente fue como abrir lo ojos, no sé en qué momento, supongo que por la
decepción de la prensa. Ese “esto hay que explicarlo de otra manera”, quería
empezar a crear contenidos para mí. Fue un proceso muy egoísta. No había
ninguna expectativa. Sí que al trabajar con Laia y Ramón veía que nos estaba
quedando una cosa chulísima, pero no hubiera pasado nada si no hubiera vendido
ningún libro.
Era un momento en mi vida que no tenía mucho que perder,
creo que eso te hace trabajar de una manera más honesta. También me sirvió para
colocarme en ámbitos en los que justificar el proyecto. Me empezaron a llamar
de sitios, a veces como experta en cultura africana y representación
antropológica, y esto no puede ser. No había estado en África más que dos
semanas, en Senegal. Yo no puedo hablar de África, pero sí del cliché, del
estereotipo y de cómo construimos África, igual que cualquiera puede. De los estereotipos, de eso quería hablar con
‘Afronautas’.
Sabes que a mucha gente afro no le gusta tu libro…
Ya. A ver, según la fórmula que yo empleé para crear estas
imágenes, en teoría no hay nada, ni de burlarse, ni de condición de raza, ni
nada de esto. Yo cogí apliqué una fórmula matemática a cómo representamos el
espacio y cómo representamos África: hice 50% tipo cocktail y lo mezclé. Las
fotos que tienen los africanos en mi libro, los afronautas, no son poses que
den risa, son hombres dignos, gente pensando, gente soñando, lo que las hace
risibles es que son africanos. Entonces lo que creo que pasa con este libro es
que como tú tienes prejuicios, te ríes y entonces…
Yo creo que son risibles cuando el lector sabe que así no
puedes ir a Marte…
Claro que no puedes ir a Marte con eso, pero mira Tintín,
que igual no es el mejor ejemplo, pero Tintín en la Luna, o Barbarella, o
si miras los prototipos de la NASA de
los 60, claro que no vas a ir a la Luna con eso. Hay mucho de esto, de la
estética de la exploración del espacio y de la estética que se recibe de África.
Que son irreales las dos, sí. Pero realmente yo lo que hice fue irme a Google
Images, miré “exploración espacial de los 60” y miré “África”, mezclé las dos y
ya está.
Ya hemos tenido algún debate en las redes sobre esto y mis
miedos a fotografiar en África como europeo. Yo no tengo nada claro qué hacer
con aquellos retratos que hice en Malabo, no ya sólo por mí, sino por como los
va a leer el público.
No, yo tampoco lo sé. Yo pruebo, yo creo que con
‘Afronautas’ se han abierto debates muy interesante sobre precisamente la
representación de África en la fotografía, y que se abra el debate ya es algo.
Casi todos mis trabajos tienen un algo de provocación. Pero si miras el video
del verdadero programa espacial africano, si miras lo que ocurrió de verdad y
miras la versión que di yo, lo dignifiqué bastante. Que el programa era una
locura y se quedera en algo anecdótico fue precisamente porque era una locura.
Hay gente que me dice que anda que no hay historias que
contar sobre África, que con ésta era difícil no hacer reír.
Ya. Yo lo que creo es que a nivel de carrera fue un éxito, y
a nivel de abrir el debate o que haya
cambiado realmente los códigos de representación sobre África no creo que lo
haya conseguido. Ni creo que un proyecto fotográfico solo lo pueda conseguir.
Abrir el debate quizá sí. Pero es que yo no soy nadie para hablar de África. Yo
estoy hablando de los estereotipos, yo sí que estoy usando los estereotipos. Y
lo digo desde el principio: yo hablo del estereotipo de África, ¿sabes?
Luego sí he tenido oportunidad de ir a África, y he pasado
bastante tiempo en Nigeria. Y sí que me he atrevido a contar una historia
africana en África, siendo ya más consciente del problema que hay con la
representación. No soy experta, lo dejo claro, y trato de explicar África con
estos códigos.
El problema no es tanto cómo se representa África, sino el
modelo de representación que hay en general, el modelo etnológico, todo es
desde el modelo occidental. En una entrevista en La Razon, digo que para hablar
de Yemen estamos usando una representación de ‘La piedad’ de Miguel Ángel y
esto se repite en todas partes. Es un error. Ahora estoy mucho más metida en
fuentes de iconografía que están surgiendo, estuve de comisaria en Lagos Photo
el año pasado y me dediqué a ver qué es lo que están haciendo los fotógrafos
africanos, y me sorprendió muchísimo. Están saliendo cosas muy chulas, muy
distintas, que para mí van a pegar el bombazo. Lo mismo está pasando en América
Latina. Ahora van a cambiar las cosas.
Yo creo que uno de
mis puntos de rabieta con ‘Afronautas’ es esto mismo, ese déficit de voces.
Igual que a ti se te llevan los demonios cuando ves la
típica foto del niño con moscas, a mí también me pasa. No hace falta ser afro
para darse cuenta de que eso no es correcto. Yo me meto en los temas que creo
están mal explicados, y de los que falta información. Ahora estoy hablando de
la India, y luego de Mexico, son temas que me importan y ya está.
Hace poco he empezado algo con la prostitución. Yo no tengo
nada que ver con ella, ni la he vivido de primera mano, ni en gente cercana;
con lo que ¿quién soy yo para hablar de prostitución? Pero igual sí que creo
que se puede explicar mejor. Desde luego, la educación oficial no va a hacer
nada por cambiarlo, esto está comprobado. Yo creo que tienen que ser mensajes
que vengan de fuera y que usen un lenguaje que sea atractivo de nuevo. Porque
la foto del niño en la playa, o del refugiado en Sudán del Sur, o lo que sea,
ya la hemos visto, nos la han contado tantas veces de la misma manera, que ya
no hace impacto.
Hay que buscar otras maneras de contar, y pueden ser
irreverentes, provocativas. Para mí lo primordial es que se debata de nuevo. No
sé, yo lo entiendo así. ‘Afronautas’ era una provocación. Recuerdo la primera
foto que hice, la de la escafandra. Yo no tenía ni una amigo negro en Alicante,
así que por Facebook llegué a un programador informático. Y claro, me moría de
la vergüenza explicándole la foto que quería hacer. Le enseñé el traje, le
pareció bien y todo fue fantástico, pero estaba muy incómoda. Ahora estoy más
cómoda con el tema, puedo hablarlo, puedo defenderlo, me sitúo aquí. Ya he
estado en África y he tenido este debate allí. Lo puedo ver de otra manera.
Es que era un trabajo con muchas trampas…
También creo que ese cuidado que hay por norma hay que
dejarlo.
Bueno, yo creo que no hay ningún cuidado, esa es la verdad…
Para mí se peca de una cosa y de la otra. Es como el tema de
las feministas, a lo mejor tú no eres feminista en plan que hay que matar a
todos los hombres…
Bueno, tampoco he escuchado eso a ninguna feminista…
Ya bueno, entiéndeme, puedes estar en el medio y entender la
situación. No tenemos información y los canales por los que nos llega están
totalmente viciados, politizados, con lo cual cuanta más información generemos
para el debate mejor. Tú tendrías que estar haciendo cinco proyectos también,
alguno bueno, alguno malo, pero faltan precisamente esos puntos de vista. Igual
tu opinión es más valiosa que la mía, e igual tú eres un malísimo interlocutor
sobre la menstruación, claro. Yo creo que hay que perder el miedo a hablar. Si
ofendes, tratas de explicar por qué lo has hecho. El fotógrafo y el artista
tienen que dar su opinión, que no es la verdad.
Hay una leyenda urbana por ahí que dice que fuiste a casa de
Martin Parr libro en mano. ¿Es cierto esto?
Que va, quien me conozca sabe que jamás haría eso en la
vida, además no sé ni dónde vive. La cosa es que fui a Arles y me apunté a los
visionados de porfolio y a cada uno de los visionadores les di un ejemplar de
‘Afronautas’. Mis visionados eran de 5 minutos, “toma este libro” y me iba. Y
aun así gané. Así que estaba en Arles en el segundo día de visionados tomando
café y me llegó un mail que decía “Hola Cristina, soy Martin Parr, me han
hablado muy bien de tu libro, ¿cómo puedo comprar uno?”. Yo le dije que se lo
regalaba a la vuelta de Arles, pero él también estaba allí y a los cinco
minutos nos vimos. Me llevó a ver a Gerry Badger y me dieron algunos consejos
sobre a quién tenía que mandar mi libro y cosas así, que en realidad ya había
hecho a sugerencia de Ricardo Cases. Y a
partir de ahí no he vuelto a ver a Martin Parr. Sí que hemos coincidido en
otros eventos en Nigeria o Paris, pero no es que le vea y le dé un abrazo.
Tenemos una relación cordial tirando a fría.
¿Y cómo se hace un segundo libro después de un exitazo tan
brutal?
Como dicen que el segundo es malo, y yo notaba esa presión
de “bueno a ver qué hace ahora”, lo hice muy seguido para poder centrarme en el
tercero que me gusta mucho más que el segundo. El segundo, el de ‘West Side
Story’ me encanta, me hubiera gustado dedicarle más tiempo, pero teníamos un
modelo a seguir y unos plazos muy cortos. Aquí le toqué un poco las narices a
la foto de calle. La foto de calle, a
menos que seas Bruce Gilden con un trabajo tan faraónico, no dice nada.
Volvemos de nuevo al esquema de la comunicación. ¿Qué me
está diciendo una buena fotografía de calle? Me está diciendo que hay un buen
fotógrafo, que es rápido, que mide bien la luz y que tiene un ojo, que pone la
mente, el ojo, el corazón y todo aquello. No está contando nada, es un puro ejercicio
estético. Así que lo que hice fue contar un clásico de la literatura, Romeo y
Julieta, con lenguaje de fotografía de calle. Pongo en escena, voy parando a la
gente por la calle y les pregunto si les importa bailar. No sabes qué es verdad
y lo que no, y parece un fotolibro de calle de Nueva York como otros tantos.
Mi problema con el fotoperiodismo, como con la fotografía
documental, es que señalan el drama o al culpable pero no aportan ninguna
solución.
¡La verdad! ¿Cómo llevas lo de fotografía y verdad?
Es que hay distintas cosas, la fotografía y la verdad, y la
fotografía y la realidad. Tanto la verdad como la realidad son debates
filosóficos abiertos a los que nadie, que yo sepa, ha llegado a una conclusión. Con lo cual yo con una cámara tampoco. De
nuevo puedo abrir el debate y jugar con ello.
Creo que tenemos que educarnos y saber leer imágenes, que
cada día para las nuevas generaciones es más su lenguaje principal. Aprender a
ser críticos, a leer fotografía. Igual que si lees un mail que te pone “alarga
tu pene” sabes que no es verdad, que esos códigos autodefensas que usamos con
el lenguaje escrito hay que aplicarlos también al lenguaje visual. Y para esto
hay que cuestionar las imágenes.
La mejor manera de hacer eso es no alimentando el monstruo.
Es decir, no me voy a ir a Lesbos a hacer más fotos, me interesa más saber por
qué están todos en Lesbos y no dónde se firman los tratados o acuerdos sobre
los gaseoductos que me ayudarían a entender mucho más el problema.
Mi problema con el fotoperiodismo, como con la fotografía
documental, es que señalan el drama o al culpable pero no aportan ninguna
solución. Y ahí es donde me sitúo yo. Si tengo que recurrir a la puesta en
escena pues bien, si tengo que recurrir al momento decisivo pues también. Lo
que haga falta.
Influencias. Dicen por ahí de alguna conexión con Vivian
Sassen.
Yo creo que igual las dos nos hemos parado a pensar la
representación africana. Vivian Sassen es una supermaestra del color y yo no
veo muy bien los colores así que desaturo.
Mi influencia viene más en el cine, Wes Anderson me encanta.
Me gusta mucho Diane Arbus, como personaje que se acerca a lo que no entiende.
Películas como Blade Runner, La Guerra de las Galaxias, el cine de culto, La
Invasión de los Ladrones de Cuerpos, todo ese mundo. Y muy pocos fotógrafos, no
porque no me guste su trabajo, sino porque si voy al cine me inspiro pero si
veo trabajos de fotógrafos veo trabajos que no puedo repetir.
Después de tus comisariados y contactos en África seguro que
nos puedes decir cosas interesantes que se estén haciendo por allí…
Hay un montón de gente haciendo cosas flipantes. Puedo
decirte, por ejemplo, Kudzanai Chiurai, Eric Gyamfi, Namsa Leuba, Joana
Choumali, Fabrice Monteiro, Ima Mfon…
Creo que la epidemia de los fotógrafos es la parálisis por
análisis.
¿Cómo es la Cristina profesora?
Yo creo que doy talleres centrándome sobre todo en que los
alumnos entiendan que se puede, que sí se puede. Les meto un poco en mi ritmo y
dinámica, y en tres días hacemos un proyecto, editamos y producimos un libro.
Se trata de demostrar que se puede. Yo creo que la epidemia de los fotógrafos
es la parálisis por análisis, esto ya se ha hecho, ya se ha dicho. Yo pienso:
hazlo igual que saldrá diferente. La cuestión es probar.
¿Y en el futuro qué? He oído que eres la Woody Allen de la
foto española.
Eso es por el año pasado, que hice mucho, que aún tengo el
ritmo de prensa, tengo siempre cuatro o cinco proyectos. Igual en uno estoy
investigando, en otro editando, en otro pensando la expo y así. Me aburro
superfácil. Voy de uno a otro, del espíritu Yoruba a las olimpiadas.
¿Veremos un proyecto tuyo donde seas la protagonista de la
obra?
No, no creo que mi vida sea interesante, ni me voy a poner
nunca a hablar de mí, pero no renuncio a dar mi opinión.
Te quieres autopreguntar algo, que igual te he dado algo de
caña.
Otro día, si quieres, en lugar de centrarnos en la
representación de África, lo hacemos sobre la mujer. Ultimamente me preguntan
cómo me siento como mujer en el mundo del arte. Siempre he sido muy inocente.
Incluso cuando era fotoperiodista, que es un mundo de macho alpha, nunca he
sentido nada. Hasta quizá me aprovechaba de lo de las mujeres y los niños
primero, ya sabes. Pero sí que es verdad, que empiezo a notar que hay un techo
de cristal. Que son muy pocas las elegidas, mientras que los hombres pasan sin
problema.
Hoy ponía en La Razón “una de las artistas españolas con más
proyección internacional”, cuando realmente yo no he tenido ninguna exposición
en un museo internacional, ni estoy en ninguna colección internacional, ni en
un museo español; mientras que otras personas, hombres, tienen una acceso mucho
más fácil. Como que cuesta diez veces más que la academia o el mundo del arte
confíe en una mujer que en un hombre. Y lo estoy empezando a notar ahora.
jueves, 15 de septiembre de 2016
UN PASEO POR EL LAVAPIÉS DE ORWELL (artículo de Mikel Aramburu)
Mikel Aramburu describe en Bajo el signo del gueto (2002)
cómo los inmigrantes utilizan calles y plazas de manera más intensiva que los
autóctonos porque, por razones materiales, a menudo no pueden acceder a otros
lugares. El antropólogo vasco asegura que esas “agrupaciones de inmigrantes en
los espacios públicos tienen un déficit de legitimación social” y desatan
rápido políticas institucionales de restricción, persecución y control.
Lavapiés, donde conviven 88 nacionalidades, es un buen ejemplo.
En la exposición fotográfica Cabestro, la licenciada en
Bellas Artes Carol Caicedo (Madrid, 1989) trata de abordar este fenómeno, y
deja en el camino alguna captura que recuerda a las dístopías de George Orwell:
“Ahora que aumenta la inversión privada y la especulación en Lavapiés, se
proyecta una determinada imagen, la cara A, que sirve para promocionar el nuevo
barrio de moda en la capital. La cara B, con la que yo trabajo, es una losa de
cemento como plaza, desprovista de mobiliario urbano, con cámaras de seguridad,
donde se reúnen quienes no pueden ir a las terrazas. Partiendo de ahí, trato de
recrear esa atmósfera represiva”.
LA CARA B ES UNA LOSA DE CEMENTO, DESPROVISTA DE MOBILIARIO
URBANO, CON CÁMARAS, DONDE SE REÚNEN QUIENES NO PUEDEN IR A LAS TERRAZAS.
Entre las empinadas calles de Lavapiés, y con vistas a la
misma plaza que aparece en las fotografías, se encuentra El Cuarto de
Invitados, una galería coordinada por siete artistas que carece de subvenciones
y financiación exterior, y a la que van a parar exposiciones y proyectos de
esta suerte. Sus coordinadores eligen a un comisario que cuenta con total
libertad para llevar a cabo la muestra y este, a su vez, escoge al siguiente.
La apertura del nuevo curso corresponde a Semíramis González (Gijón, 1988),
gestora cultural, bloguera y firma habitual de PHotoEspaña. Fue ella quien
seleccionó el trabajo de Carol Caicedo, que se muestra allí hasta el 23 de
octubre.
La morfología de esta plaza se asemeja a la arquitectura
carcelaria. Su estructura, parecida al patio de una prisión, sugirió a la
autora resortes visuales para trabajar la idea de límites físicos, psíquicos y
sociales. “Hablando de los suicidios en el Reino Unido, una autora dijo que no
necesitamos una pistola para matar a alguien, no necesitamos levantar muros
para construir una cárcel. Es verdad. En
la ciudad es fácil vivir con la sensación de encierro. Quiero evocar ese estado
mental”, declara.
En su soliloquio, Caicedo recurre a una cita de Arturo Barea
extraída de La forja de un rebelde (1940): “Si resuena Lavapiés en mí, como
fondo sobre todas las resonancias de mi vida, es por dos razones: allí aprendí
todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a dios y a maldecirle. A odiar y a
querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal como es. Y a sentir el ansia
infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba”. La
fotógrafa dice identificarse plenamente con esas palabras redactadas desde el
exilio porque, a su juicio, describen ese Lavapiés de extremos. Además, la autora
revela un interés por la historia del barrio que queda patente, por ejemplo,
cuando capta los restos del Convento de Santa Catalina que se alzó, hasta 1973,
en lo que hoy es la plaza de Nelson Mandela. La imagen contrapone aquellos
restos de piedra caliza con los grises materiales que hoy revisten el lugar.
Los planos cenitales evocan a aquellos que conceden las
cámaras de videovigilancia que, desde 2009, pueblan las esquinas de Lavapiés.
La geometría del espacio aparece en contraste con la vida: la piel de una mano
sobre el hormigón, el pájaro tratando de cargar con comida en un paisaje
formado por líneas rectas, un niño colándose entre los barrotes, el tigre de un
tatuaje como símbolo de la naturaleza perdida.
MADRID ES UNA CIUDAD SEGREGADA, CON UNA DISTRIBUCIÓN URBANA
BASADA EN LA CLASE.
Caicedo apoya su trabajo en las teorías de Erving Goffman
sobre lasinstituciones totales. La fotógrafa también encuentra a su musa en el
panóptico ideado por Jeremy Bentham y, sobre todo, en los discursos que sobre
este discurrió Michel Foucault en Vigilar y castigar(1975). “No estoy
documentando una realidad con pretensiones de objetividad. Parto de lo
específico, una plaza, para ahondar en algo universal: los límites, el control,
la vulnerabilidad. Madrid es una ciudad segregada, con una distribución urbana
basada en la clase”, aclara. Como argumenta, incluso la esperanza de vida varía
entre unos barrios y otros de la capital.
Otra cosa es que los mismos vigilados, de los que trata la
exposición, pasen por El Cuarto de Invitados. O que esta obra pueda, realmente,
plantear una reflexión sobre el barrio. Con todo, esa es la voluntad de
González. El 8 de octubre, aprovechando la exposición, el cuarto alojará otra
conversación: El espacio público en Lavapiés. Arte, género y habitabilidad.
“Aunque algunas problemáticas sí encuentran eco entre los artistas que trabajan
aquí, como las redadas racistas contra personas sin papeles o las cámaras de
seguridad, otras, como las agresiones sexuales o el hostigamiento verbal
callejero, parecen invisibles”, explica la comisaria. La misma Caicedo padeció
acoso verbal, por el mero hecho de ser mujer, a lo largo del año en el que
captó estas fotografías. “A las mujeres eso nos ocurre en Lavapiés y en
cualquier otro sitio”, asegura González.
El nombre de la muestra, Cabestro,tiene una doble acepción.
Por un lado, alude a la calle que desemboca en la plaza, Cabestreros, y que es
al tiempo un homenaje a quienes intercambiaban su ganado allí, hace ya un
siglo. En 2014, el consistorio regido por Ana Botella la bautizó como plaza de
Nelson Mandela; la misma semana en que la alcaldesa daba el nombre de Margaret
Thatcher a uno de los recovecos de la gran glorieta de Colón, y que hasta
entonces carecía de una designación propia. Por otro lado, y como cuenta la
fotógrafa, el cabestro es un buey manso que guía a las reses bravas; así, el
trabajo también se refiere a la torpeza de quienes se dejan dirigir por otros.
martes, 6 de septiembre de 2016
LA FOTOGRAFÍA ES MENTIRA, MIENTE BIEN (Artículo de Jota Barros)
O, al menos, nunca dice toda la verdad.
Cualquiera que lleve suficiente tiempo experimentando con una cámara en
las manos debería concederte que eso es así. En el fondo, aunque no
siempre lo admitamos, todos sabemos que hay truco. Con nuestras
máquinas seleccionamos sólo la pequeña parte del mundo que
nos interesa mostrar, y así creamos una realidad
alternativa que sólo es una porción de la totalidad.
Y dicho esto, no creas que lo que
acabo de contarte es algo negativo o un motivo para que la Fotografía te
decepcione. Muy al contrario.
Enseguida te contaré por qué, pero antes
déjame que te relate una anécdota de hace al menos un par de años; algo
que entonces me divirtió y que con el tiempo ha tomado la forma
de una metáfora bastante acertada de lo que quiero hablarte.
Marketing (de feria)
Ponte en situación: estoy fotografiando
en la feria de Mondariz, donde cada domingo por la mañana se reúnen un montón
de feriantes para vender toda clase de género, desde aperos de labranza a ropa
interior, música, comida, toallas y casi cualquier cosa que puedas imaginar.
Las tiendas ocupan una pequeña plaza y sus ocupantes compiten – a grito
pelado – por la atención de una parroquia que llena cada hueco y rebusca en los
mostradores.
“Me lo quitan de las manos…” “Barato!”
“Aprovéchese señora!”
Ya sabes, lo típico.
Y, de repente…
“Calcetines. Calcetines antibalas!”
¿Cómo? ¿Ha dicho lo que he creído oír?
Sí, así es. “Calcetines antibala”, esa frase captó mi atención y me arrancó una
sonrisa, el tendero la vio y me guiñó el ojo. Ambos sabíamos que estaba
mintiendo pero a ninguno de los dos nos importaba; él había logrado
su objetivo (destacar entre todos los demás y ganar un segundo de mi tiempo) y
yo había conseguido un pequeño premio en forma de carcajada inesperada.
Su “desfachatez” había provocado mi
sorpresa, y esta había disculpado inmediatamente un engaño que en realidad
nunca existió.
Ya que vas a mentirnos, que
al menos sea interesante
En realidad que haya truco no es un
problema; en el fondo todos estamos dispuestos a que “nos cuenten un cuento”.
Es más, nos gusta. Nos encanta.
Lo que no perdonamos, el verdadero
problema, es que lo que nos cuenten sea aburrido o carezca de interés.
Piensa en el cine, la literatura o
incluso en la publicidad. Date un minuto para reflexionar sobre cuántas cosas
consumimos a través de esos (y otros) canales que, aún sabiendo que no son
ciertas, aceptamos como “parte del espectáculo”. Vemos escenas que sabemos que
están hechas con toda clase de efectos especiales y sin embargo nos remueven en
el asiento, interiorizamos eslóganes a sabiendas de que no son más que eso,
frases que buscan instalarse en nuestro subconsciente y que no tienen nada de
verdad… Hay miles de ejemplos, piensa en esas grandes explosiones de las
que el héroe de la película sale airoso, en las persecuciones en coche por
calles atestadas de gente o en cómo nos dicen que hacen, qué se yo, las sopas
de sobre.
No es cierto. ¿Y qué? Somos conscientes
del engaño, pero lo aceptamos con una sonrisa porque en el fondo nos gusta que
nos cuenten historias. Siempre y cuando resulten interesantes.
Con la Fotografía sucede
algo curioso, probablemente sea la forma de comunicación a la que
exigimos más veracidad (olvida aquí las imágenes científicas o de prensa,
que buscan precisamente presentar información de una manera lo más condensada y
fidedigna posible). ¿Y eso por qué? Porque cuando presionamos el botón nuestra
cámara atrapa lo que hay frente a nosotros y eso lo interpretamos como que
cuenta las cosas tal y como son… Sí, y no.
Es verdad que la cámara ve y registra lo
que sucede ante ella, pero lo hace bajo la influencia de un montón de pequeños
factores que cambian por completo el aspecto de la realidad: una velocidad
de obturación rápida hace que algo en movimiento parezca perfectamente inmóvil,
una profundidad de campo reducida consigue que el fondo se transforme en un
borrón que no capta nuestra atención, la focal elegida para fotografiar, la
posición desde la que lo hacemos o esperar un par de segundos antes de pulsar
el botón modifica por completo qué se registra y qué no en nuestro sensor
o película… Conoces los trucos y sabes que cambian el aspecto de tus
fotografías; es decir, sabes que aunque tienes en tus manos una
máquina que registra la realidad tienes la capacidad de contarnos un
cuento.
Entonces… Cuéntanos algo interesante.
No te limites a evidenciar lo que
sucede. Eso ya podemos verlo con nuestros propios ojos. Haz volar nuestra
imaginación. No nos des las respuestas, en lugar de eso consigue que nos
hagamos preguntas. Cuanto más tengamos que poner de nuestra propia cosecha más
nuestras serán tus imágenes, porque habremos conectado con ellas.
Estamos dispuestos a perdonarte que no nos cuentes la verdad
siempre y cuando lo que nos cuentes sea más interesante que la realidad.
Como el tendero de los calcetines, parte
de la base de que esperamos que nos “engañes” y como él, en lugar de
diluirte entre lo que hacen los demás, eleva el listón y sorpréndenos.
Sube la apuesta y supera nuestras expectativas para que tus imágenes destaquen
entre todas las que vemos a diario y no las olvidemos nunca.
GUÍA DE REGALOS PARA FOTÓGRAFOS: LIBROS DE FOTOGRAFÍA (Artículo de Jota Barros)
Desempaquetar un regalo y descubrir bajo el papel de
colores una cámara de fotos puede ser una grata sorpresa, lo mismo si
se trata de alguno de esos gadgets fotográficos que te hacen la
vida un poco más fácil. Sin embargo hay otro regalo que no deberías
desdeñar, podría impulsar de manera definitiva tu Fotografía y
lo seguirás disfrutando mucho tiempo, independientemente de los cambios en
la tecnología y de si tienes más o menos tiempo para hacer fotos. Ya sabes por
dónde voy…
Hacer un lista siempre es complicado e incluso injusto,
significa limitar a sólo unos cuantos elementos una oferta que (como en el caso
de los libros de Fotografía) puede ser prácticamente inabarcable.
Así y todo me he decidido a compartir contigo algunas obras que conozco de
primera mano y que no deberían faltar en tu biblioteca si te gusta
la Fotografía.
Eso sí, no he conseguido reducir su número a 10
como había previsto inicialmente, de forma que los he separado en dos
listas. En cada libro, el primer enlace te llevará a su reseña en Rubixephoto,
el último enlace del párrafo te permitirá comprarlo con sólo un par de
clics (presta atención: algunos sólo están disponibles en inglés).
Por cierto, no hay ningún orden de preferencia (ya
sabes que no creo en los rankings): en cada lista las obras aparecen
según su fecha de publicación en el blog, de más reciente a más antiguo.
Libros para aprender Fotografía
- Lección de Fotografía de Stephen Shore: muy pocas palabras y multitud de imágenes de
diferentes géneros y autores, todo para hacernos comprender que bajo la
aparente simplicidad de las fotografías se esconden muchas cosas que nos
conviene conocer si queremos construir las nuestras de una forma más
consciente.
- Para Entender la Fotografía: John Berger es una de las voces más
respetadas cuando se trata de reflexionar sobre el género fotográfico, en
este libro plantea una serie de breves ensayos que nos hacen ver mucho más
allá de la estética de las imágenes.
- La Visión Fotográfica de Eduardo Momeñe: aunque en mi caso llegó tarde no defraudó
ninguna de las expectativas que había puesto en él (mis amigos y
compañeros se habían cansado de recomendármelo), un libro
irresistiblemente asequible que puede ayudarte a dar un giro a tu Fotografía al
obligarte a hacer reflexiones que la dotarán de un sentido.
- Ver es
un Todo, Conversaciones con Henri Cartier-Bresson: el maestro francés no se prodigaba demasiado
hablando de sus imágenes, por eso este pequeño volumen que recoge
entrevistas a lo largo de varias décadas es tan interesante; aglutina la
filosofía y ética de trabajo de uno de los genios indiscutibles de
la historia del medio.
- El
Lenguaje Fotográfico: David
DuChemin tiene la capacidad de explicar las cosas de forma que es muy
fácil interiorizar sus enseñanzas, de entre todos los libros sobre
composición y lenguaje visual que he leído este es claramente el más
interesante.
- Visión y
Voz, Comunicar con la Imagen Fotográfica: lo más importante a la hora de procesar tus
imágenes mediante un software de edición no es todo lo que éste puede
hacer, sino lo que tú quieres conseguir de ellas. Este pequeño libro de
DuChemin se basa en Lightroom pero las conclusiones que extraerás te
valdrán para cualquier otro programa, ya que te enseña a decidir qué
tratamiento dar a tus fotografías de manera que sean el reflejo de tu
forma de ver el mundo.
- Los
Secretos de la Fotografía: sin lugar a dudas el mejor manual para aprender técnica fotográfica
desde cero. Bryan Peterson es un excelente profesor, de esos que saben
desmenuzar las cosas hasta hacerlas no solo entendibles, sino también
fácilmente asimilables. Si tienes que escoger entre pedirte un libro
o cualquier otro de la entrada.
- Magnum Sheets: aún no he tenido tiempo de leerlo con calma pero ya tengo claro que
es un grandísimo recurso del que aprenderé un montón de cosas. El
planteamiento del libro es prometedor y su contenido no defrauda: las
fotografías más famosas de la agencia Magnum explicadas por sus autores y
con el complemento de las hojas de contacto de las sesiones, lo que
permite meterse de lleno en el método de trabajo de cada fotógrafo
para comprobar de primera mano cómo se mueve en la escena, cuando
espera, cómo se aproxima y qué fotografía escoge (y por qué)…
Libros para disfrutar de la Fotografía
- William Eggleston´s Guide: uno de los primeros trabajos de Fotografía en
color que consiguió reconocimiento artístico (y feroces críticas
también, por qué no decirlo), esta obra recoge las imágenes de la primera
exposición individual en color en el MoMA en una edición facsímil
prácticamente idéntica a la original (las fotografías han sido
optimizadas).
- Nicaragua, de Susan Meiselas: es probablemente uno de los trabajos de fotoperiodismo
más importantes de la historia, Meiselas fue testigo de la lucha de la
revolución sandinista contra el régimen de los Somoza y la documentó a
través de imágenes en color llenas de fuerza y significado que no
dejan a nadie indiferente.
- Lírica Urbana, Helen Levitt: Levitt era una fotógrafa muy admirada entre sus
compañeros pero relativamente desconocida para el gran público, una mujer
que construyó una obra repleta de belleza prácticamente sin salir de su
ciudad. Este volumen recoge su extensa trayectoria, desde el blanco en los
barrios más humildes de Nueva York al color del centro más vibrante.
- Antología de Gervasio Sánchez: ha estado en los conflictos más cruentos de las
últimas décadas y se ha ganado una reputación que sólo está al alcance de
los fotoperiodistas más importantes del mundo, además Gervasio es de los
que vuelven para hacernos comprender que las guerras no acaban cuando
dejan de copar las primeras páginas de los periódicos o los primeros
minutos de los telediarios. Este libro de Blume resume sus 25 primeros
años de carrera.
- Subway, Bruce Davidson: oscuro, peligroso, lleno de color y pintadas,
claustrofóbico… Así era el metro de Nueva York en los años ochenta y
exactamente así es el trabajo de Davidson para el que tuvo que
prepararse física y mentalmente y por el que arriesgó el pellejo en más de
una ocasión.
- The
Decisive Moment: Henri
Cartier-Bresson publicó un gran libro en toda su vida, y fue este. De
tanto en tanto en tanto se reedita (seguramente con menos frecuencia de la
que nos gustaría) y volvemos a tener la ocasión de disfrutar de un
facsímil del original, con enormes y espectaculares fotografías a toda
página y con un libreto que ayuda a entender la importancia de una obra y
un autor que sentaron las bases de la Fotografía y
trascendieron el propio género.
- Life´s a
Beach, Martin Parr: a priori
las playas no parecen el mejor lugar para hacer fotografías, pero si
tienes la capacidad de detectar las situaciones más surrealistas a las
que, no me preguntes por qué, hemos llegado a acostumbrarnos, el resultado
puede ser un libro divertido y socarrón, con un punto de crítica que no
deja a nadie indiferente. Compra
Life’s a Beach aquí.
- The
Americans, Robert Frank: un
libro que removió los cimientos de la Fotografía cuando
fue publicado y que con los años se ha convertido en un clásico
irrenunciable, una de esas obras que no pueden faltar en
toda biblioteca que se precie.
- Early
Color: Leiter nos dejó en 2013 y con él perdimos a uno
de esos pocos fotógrafos con la capacidad de reinventar por completo un
género, por obra y gracia de su mirada la Fotografía de calle se
traducía en imágenes llenas de planos e información, con
colores y formas aislados de manera magistral que a veces rozaban la
abstracción. Este pequeño y delicioso libro de Steidl que reúne su trabajo
en color te abrirá los ojos para ver las calles de otra manera.
Créeme, un buen libro de Fotografía puede
cambiar para siempre tu forma de verla y te ayudará mucho más que
cualquier cámara o cachivache para proseguir un crecimiento que no cesa nunca.
Dicho esto, no los olvides cuando quieras hacer o hacerte un regalo… ;-)
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