martes, 29 de noviembre de 2016

NO SOY UN VIOLADOR, SOY UN HOMBRE NORMAL (Artículo de Yolanda Domínguez)

Esta es la historia de un niño normal, que nació en una familia normal, en un barrio normal.
Un día, a ese niño su padre le llamó campeón por echarse muchas novias en el cole. Ese mismo año los Reyes Magos le trajeron una metralleta y una espada láser con las que aprendió a pegar tiros y a cortar cabezas como los héroes de las pelis. Tenía un entrenador que le decía que jamás llorase ni titubease y que se comportara como un verdadero hombre. Su mochila tenía un dibujo de Supermán y el estuche era de Spiderman. Recuerda que mientras veía la tele aparecían chicas en bragas anunciando cosas.
Años más tarde, en el instituto, un amigo le envió un vídeo de una chica desnudándose. Sabía quién era porque la había visto en el recreo pero no dijo nada a nadie. Los viernes quedaban para hacer botellón y hacían competiciones para ver quién bebía más alcohol. En el mismo descampado había una valla publicitaria con una mujer en ropa interior junto a la frase "Estoy disponible". El cine de verano ponían películas sobre polis corruptos que insultaban a las chicas y 300 hombres buenos que mataban a otros 300 hombres malos porque no pensaban lo mismo. Ese año aprendió lo que significaba "tirarse" a una tía y que los amigos te dieran palmadas en la espalda si te "tirabas" a muchas. Por primera vez buscó porno en internet y descubrió que maltratar a las mujeres estaba asociado con el placer. En su primera relación sexual tiró a su compañera del pelo mientras lo hacían, cree que a ella le gustó.
Tiempo después, ese chico se hizo miembro de un foro online donde etiquetaban a las famosas con la palabra "melafo". Ya no jugaba al fútbol pero compraba el periódico deportivo en el que aparecían un montón de hombres fuertes que ganaban premios y una sola mujer al final, desnuda. En las revistas solía fijarse en las fotos de las modelos con las piernas abiertas y aspecto de drogadas. Un día, acostumbrado a ver tantas escenas de mujeres humilladas, buscó en internet vídeos sexuales aún más violentos. No entendía por qué al intentar hacer el misionero con su novia no se le levantaba.
A los 30 años mientras leía las noticias del periódico echaba un vistazo a los anuncios de prostitución que aparecían en la hoja de al lado: "Mujeres disponibles 24 horas" "Follamos en la primera cita" "Las mejores putas". Recuerda haber visto que en algunas discotecas ofrecían mamadas gratis por una consumición. Se abrió un grupo de Whatsapp con los colegas para intercambiar fotos y hacer planes. Allí hablaban de armas, drogas, de robar y de violar. Nada raro, lo normal. A veces hacían salidas en grupo y subían a alguna tía al coche, la drogaban y la obligaban a hacerles una felación. Si ella se negaba la golpeaban y después la dejaban tirada.
Un verano, ese hombre fue a unas fiestas y se "tiró" a una tía en un portal. Sus amigos también "se la tiraron" y grabaron un vídeo mientras se la intercambiaban y hacían comentarios. Parecía que ella disfrutaba porque gemía y eso era buena señal. Luego se fueron a seguir la fiesta mientras ella se vestía sola en aquel portal. En este momento sintió que era muy hombre y decidió enviar el vídeo a sus amigos: "Puta pasada de viaje" "¡Qué envidia!" "Eso sí que es un viaje de verdad".
Días después a este hombre le detienen y le acusan de violación. Le meten en la cárcel y le hacen muchas preguntas delante de un juez. Los periódicos escriben muchos artículos, la gente se escandaliza, se organizan manifestaciones. El hombre no entiende nada y asegura que él no es un violador sino una persona normal. Se revuelve en la silla, llora y titubea. Sólo se lo estaba pasando bien. Asegura que es una injusticia y que él es una víctima. No entiende qué hace allí ni cómo ha podido llegado a ese lugar.
Mientras tanto fuera de la cárcel, todo transcurre con normalidad. Las mujeres siguen siendo ofertadas en periódicos, vallas publicitarias, bares y discotecas. Los adolescentes siguen accediendo a contenidos sexuales violentos. Los referentes masculinos siguen siendo agresivos y dominantes. Es decir... lo normal.

viernes, 25 de noviembre de 2016

EXCESO (Artículo de Rosa Olivares)

Vivimos tiempos de abundancia virtual. Tenemos más amigos que nunca, en Facebook. A algunos ni siquiera les conocemos, pero eso no importa, seguro que de conocerlos seriamos mucho más amigos. Sabemos lo que opina cualquier experto desde el último confín del mundo sobre cosas de las que nunca hemos oído hablar. Las encuestas, las opiniones de expertos (por cierto, de miles de expertos) nos iluminan sobre las decisiones políticas, económicas, culturales… Realmente ya casi no tenemos ni que pensar, con encender el celular y ver lo que opina el mundo a nuestro alrededor solo tendremos que elegir una opción, la que nos guste más, la que tenga los gifs más simpáticos y oportunos. En un mundo donde cada vez hay más miseria y más ricos, vivimos sumidos en un jarabe denso que nos ahoga diciendo que “vamos sobraos”. Y en arte la abundancia es tal que hasta nos sobra el póster de El Guernica que tuvieron nuestros padres colgado en sus habitaciones de estudiantes.

Si te gustan los macro conciertos podrías pasarte el año saltando de uno a otro sin apenas descanso. Pero si te gustan las ferias será imposible que puedas asistir ni a la cuarta parte de ellas. Los últimos datos nos dicen que, al menos, hay dos ferias en cualquier parte del mundo. Supongo que eso es sin contar con España, donde hay más ferias de arte que cualquier otra actividad. ¿No sabes qué hacer este invierno? Móntate una feria. Puedes hacerlo hasta en el salón de tu casa, no irá mucha gente y tal vez no se venda nada, pero vas a quedar como un rey (o como una reina). En España hay ferias en Madrid, Barcelona, Santander, Cáceres, Castellón, y las ha habido en Sevilla, Valencia… y seguro que en más sitios. Se hacen en espacios públicos y privados, en hoteles y al aire libre; con horarios imposibles y con horarios increíbles. Público siempre hay, como en los mercados medievales (que también proliferan), aunque sólo sea por curiosidad, pero ventas… eso ya es otra cosa. Porque en un mercado medieval aunque sea un queso te compras, pero en una feria… Es una prueba de esa superabundancia ridícula en la que vivimos. En España las galerías agonizan, no se vende nada, los artistas ya no saben cómo sobrevivir (posiblemente como siempre: de cualquier otra cosa), pero ferias tenemos de todos los gustos, de foto, de vídeo, de dibujo, para jóvenes y para adultos, para todos los públicos. Por intentarlo que no quede.

También hay cada día más centros culturales, espacios alternativos y, por supuesto, museos, galerías de arte y premios, y presentaciones… podríamos decir que vivimos en una edad de oro… aunque si nos atenemos a los balances comerciales, es más bien una edad de papel maché. El dinero sólo se mueve en unos círculos pequeños y endogámicos. Es muy difícil que los artistas rompan esa frontera casi invisible de un pequeño círculo donde están los que sí son visibles, los que realmente exponen en sitios reales e importantes y, además, venden. Y aunque las galerías de medio mundo se hayan convertido en gitanos ambulantes con sus mercancías alrededor del mundo, de feria en feria, eso no les garantiza ni subir un peldaño más en esa escala social galerística en la que todos sabemos que sólo mueven el mercado unos pocos, pero unos pocos. El resto le vende a los amigos, a alguna institución, a algún pez más gordo que le ampara… Pero eso no es razón para que nadie pierda la ilusión, estos últimos días al menos tres nuevas galerías han abierto en España, un país con un IVA cultural del 21%, en el que a los compradores (esos poquísimos que quieren factura, además) habría que concederles la Medalla al mérito de las Bellas Artes. Y en Londres, ha abierto una nueva opción que puede ser ya la bomba: The Roommates, un espacio que ofrece una habitación en un piso compartido donde puedes visitar exposiciones de artistas emergentes. En España, y supongo que en muchos otros sitios, ya ha habido iniciativas parecidas, desde la feria de arte en tu salón hasta los talleres y estudios como espacios expositivos… pero en una casa compartida dejar una habitación para exposiciones me parece realmente lo más.

Con toda esta superabundancia no conseguimos nada más que engañarnos ante la crisis casi terminal que tenemos encima. Tenemos oferta pero no tenemos demanda. Todas estas ferias, espacios expositores, estos miles de artistas que cada año salen de las escuelas de Bella Artes del mundo… nadie les está esperando, su círculo de actividades será cada vez más limitado, más familiar, más virtual. Habrá que pedirle a Facebook que además del “Like”, añada un “Buy”, y que además de amigos podamos declararnos compradores, eso sí, virtuales, sin gastar ni un euro, porque, siento tener que decirlo así, de una forma tan cruda: todos esos miles de amigos que tenemos en Facebook, realmente, en el fondo de su corazón, no nos quieren.

LA FOTOGRAFÍA HA MUERTO, VIVA LA POSTFOTOGRAFÍA (Artículo de Jorge Carrión)




Al menos 49 personas han muerto en los últimos dos años por culpa de una selfie excesivamente arriesgada. Cada semana, esa palabra es mencionada en 365.000 publicaciones de Facebook y en 150.000 tuits. Y en Instagram hay unos cincuenta millones de fotos etiquetadas como selfies. Los datos están en la web de estadística Priceonomics y parecen quedarse cortos si se tiene en cuenta que el 30 por ciento de las imágenes que capturan los jóvenes de entre 18 y 24 años son autorretratos. Una de cada tres instantáneas tiene como objetivo tu propio yo.
La fotografía ha dejado de ser generosidad, apertura al otro, seducción, tú, vosotros; se está volviendo sobre todo autorretrato, egoísmo, autoafirmación, yo-yo-yo.
Nos acribillamos a nosotros mismos mediante ráfagas de selfies con menos voluntad de registro que de mostrarnos ante nuestros amigos, familiares, posibles ligues o seguidores. La selfie es parte de lo que el fotógrafo, artista, escritor y profesor español Joan Fontcuberta, en su último ensayo, La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía(Galaxia Gutenberg), llama con brillantez “fotografía conversacional”. Junto con los emoticonos, las fotos que mandamos a través de mensajes de (no) texto o del WhatsApp, o las que compartimos en las redes sociales, se han vuelto lenguaje, aquellas mil palabras que según el dicho caben en una imagen elocuente.
La genealogía de la selfie nos remonta a principios del siglo XX: Edvard Munch, mientras se recupera de una depresión en una clínica de Copenhague en 1908, se toma una foto a sí mismo, tal vez para demostrarse que está mejor; seis años después, la duquesa Anastasia Rikolaevna, que entonces tenía trece años, se hace un autorretrato para enviárselo a un amigo; en 1920, los fotógrafos de la Byron Company de Nueva York se hacen la primera selfie de grupo. Se trata de un proceso de paulatino alejamiento, que conduce al selfie-stick. Es también un proceso de progresivo solipsismo.

Pensemos en términos de turismo: antes de que los teléfonos móviles permitieran el autorretrato en primer plano y que el palo asegurara la panorámica contigo dentro, lo normal era pedirle a alguien que te hiciera una foto. Existía la posibilidad de la interacción, de la conversación. Ahora con Google Maps y el GPS ni siquiera necesitas preguntar cómo llegar al lugar que estás buscando. Usted está aquí, te recuerdan los sensores y los satélites: es imposible perderse. ontinue reading the main story


“No asistimos al nacimiento de una técnica, sino a la transmutación de unos valores”, escribe Fontcuberta en La furia de las imágenes: “No presenciamos por tanto la invención de un procedimiento sino la desinvención de una cultura: el desmantelamiento de la visualidad que la fotografía ha implantado de forma hegemónica durante un siglo y medio”.
Por eso ya no podemos hablar de fotografía. Porque la fotografía digital no es lo mismo que la fotografía analógica: ni técnicamente (como mecánica de la luz, como proceso de revelado, como impresión) ni conceptualmente (como materia, como espera, como ejercicio y depósito de memoria). La fotografía ha muerto, viva la posfotografía. Porque, a diferencia del e-book, que al parecer convivirá durante mucho tiempo con el libro en papel, las imágenes digitales han desterrado rápidamente la fotografía material al gueto de lo minoritario.
En su libro anterior, La cámara de Pandora (Gustavo Gili, 2011), Fontcuberta ya había dicho que “las fotografías analógicas tienden a significar fenómenos” mientras que “las digitales, conceptos”. Y que ya no hablamos de “revelar” las imágenes, sino de “abrirlas”. Que la fotografía ya no es sinónimo de memoria, sino de grito, de reafirmación, de tiempo real, de presente. Lejos de llevarse las manos a la cabeza y lamentarse, pero sin ceder irreflexivamente a los cantos de sirenas de la integración, el artista ha trabajado durante años las posibilidades artísticas y narrativas del píxel. Inventor del “Googlegrama“, que construye un mosaico de grandes imágenes a partir de diminutas teselas de fotos encontradas a través de Google Images, está constantemente investigando en esas pantallas que nos rodean, nos asfixian y al mismo tiempo nos fascinan. Porque son una mina para la creatividad y para el discurso crítico.
Fontcuberta es lo más parecido a un genio multitarea que uno puede imaginar: es uno de los mejores fotógrafos del mundo —como lo atestigua su premio Hasselblad, el nobel de la fotografía—, un artista conceptual y artesanal de altísimo nivel —que ha expuesto en algunos de los museos más importantes del mundo— y un ensayista imaginativo y galardonado. Su poética artística queda recogida en el interior de La furia de las imágenes en forma de “Decálogo postfotográfico”, una defensa del nuevo paradigma de la producción de contenidos, artísticos o no, en el siglo XXI. Un contexto nuevo donde prima la apropiación y el reciclaje, la circulación de las imágenes sobre su contenido, la autoría colectiva y compleja sobre la individual y aislada.
El primer punto es luminoso: “Sobre el papel del artista: ya no se trata de producir ‘obras’ sino de prescribir sentidos”. Y el último también lo es: “Sobre la política del arte: no rendirse ni al glamour ni al mercado para inscribirse en la acción de agitar conciencias”.
Por ello el creador se hibrida con el curador, el coleccionista, el investigador, el profesor, el teórico, el activista: el prescriptor que ensaya. Que prueba, que innova, que se equivoca, que al fin acierta, aunque sea solamente en el cerebro de algunos espectadores, de algunos lectores. Si es que no somos ya la misma cosa.





miércoles, 2 de noviembre de 2016

LA MUERTE DE LA FOTOGRAFÍA (Artículo de Rafael Roa)

Según Sebastiao Salgado la fotografía desaparecerá en unos 20 o 30 años. La fotografía ya ha cambiado debido a la llegada de la era digital. Quizás para mi no sea ese el debate más importante. La fotografía se ha ido modificando siempre desde su nacimiento a la par que surgían nuevos procesos. Cada cambio tecnológico en el siglo XIX iba acompañado de cambios estéticos y narrativos de la herramienta. Ha habido características que se han mantenido desde entonces, y quizás la más importante sea la de la puesta en escena que se mantiene en la actualidad. La mayor parte de la fotografía producida desde su nacimiento ha tenido una puesta en escena en mayor o menor grado. También nos hemos liberado de esa creencia de que la fotografía reflejaba la realidad y aceptamos que sólo sea una huella o imitación de aquello que “sucedió” en un determinado instante. Lo que ha cambiado desde la aparición de la era digital es el uso de la misma. Ahora nos comunicamos con imágenes que capturamos y compartimos desde cualquier dispositivo, en su mayor parte teléfonos móviles. Existe un afán irracional y obsesivo por capturarlo todo y compartirlo en las redes sociales. Hoy mientras visitaba la exposición de Robert Doisneau vi a varias personas fotografiar compulsivamente las fotografías de la exposición, en vez de analizar las imágenes y disfrutar de ellas. Muchas personas no viven la vida, sólo se limitan a capturar imágenes de todo lo que hacen, y compartirlo de forma inmediata en las redes sociales. Existe una necesidad obsesiva de mostrar cualquier acontecimiento cotidiano, exhibirse para ser observado por esa multitud de espectadores ávidos de recibir la aprobación de la comunidad virtual. Mostrar nuestra vida en imágenes es una obsesión para una mayoría de usuarios de teléfonos móviles y redes sociales.
Hace años escribí sobre este tema, y apuntaba que el mundo se dividiría en una gran mayoría de captadores de imágenes y una minoría de fotógrafos o artistas. Estos últimos usarían la herramienta desde la reflexión y la creación, a tráves de ideas o conceptos, que serian materializadas posteriormente en cualquier soporte fotográfico. Podemos volver a ese debate de la estética de la fotografía de la fotografía arte o sin-arte. Sería más acertado diferenciar entre la fotografía como forma de representación de las ideas y las capturas automatizadas que se producen cada día. Sin embargo muy pocas personas se cuestionan por el significado de las imágenes que consumimos, ya sea en el ámbito de la información o del arte.
¿Acaso las imágenes de las tragedias o las injusticias tienen algún efecto en la población que no dure más de 24 horas?
Todo se asimila y olvida. Nada produce la más mínima reflexión o autocrítica. La memoria de pez funciona a la perfección. Se ha escrito mucho sobre esto y de formas muy acertadas por filósofos que ya he citado en otras ocasiones. Quizás nos encontremos en una sociedad cada vez más alienante y fácil de manipular que sólo se mueve por la conservación del hábitat de confort de forma individual. Por lo tanto todas las manifestaciones colectivas reflejan y tienden a aceptar cualquier cosa. El pensamiento crítico es cada vez más reducido y esto afecta a las formas artísticas de producción que están controladas por el mercado del arte. La fotografía existirá siempre que fotógrafos o artistas estén dispuestos a producir imágenes que materialicen ideas, sentimientos o sensaciones personales. La producción de los captadores de imágenes ya es un equivalente de la comida rápida. Nadie se acuerda del sabor de este tipo de comida, y de la misma forma nadie recuerda las últimas diez imágenes que ha visto en una red social dos minutos antes. La reflexión y el trabajo dirigido a la consecución de los conceptos a materializar en imágenes será la base de la fotografía que nos volverá a producir ese Punctum del que hablaba Roland Barthes. La fotografía-arte se imprimirá recuperando ese objeto plano que muestra una imagen, y volveremos a disfrutar de los nuevos matices de impresión y de procesos clásicos que usaran aquellos artistas interesados en una mejor representación de sus obras.